martes, 6 de mayo de 2008

PAISAJES HUMANOS.

El paisaje en la obra de Blanco Lozano es una temática muy recurrente en su obra plástica, entornos citadinos o simplemente "paisajes humanos" son ya costumbre en sus exposiciones.

En sus obras el concepto del paisaje ha transitado cómodamente hacia una comprensión más moderna y desenfadada del término. Explican así la factura contemporánea de sus cuadros, los cuales no podemos decir que se encuentren en una corriente determinada o estilo de hacer, aunque si podemos ver alguna influencia de Hoper o de Magritte en sus figuras humanas.


Martha Pérez Silva
Especialista de Artes Plásticas

EN BUSCA DE LUZ.

Las ciudades y figuras existen en otra dimensión espacial y mental: son intemporales, no es su interés ubicarlos en algún punto geográfico determinado. Los seres que habitan estas obras son comunes y cotidianos, con sus alegrías y sus pesares, viven en su ciudad, a veces húmeda y sombría. Se protegen de la lluvia y otras adversidades, caminando y atravesando calles en busca de luz.

Aparecen una serie de personas, todas cubiertas con sus paraguas, que simbolizan que salimos a la calle con una coraza adosada, cada uno con la suya, aunque no parecen escapar de su propia identidad por más que la oculten.


ANDRÉS de MULLER
Crítico y escritor catalán.

sábado, 3 de mayo de 2008

LOS PARAGUAS DE BLANCO LOZANO

La primera vez que estuve delante de un cuadro de Blanco Lozano, supe de inmediato que allí había un pintor diferente a todos los que conocía de su generación, una generación de la que emergieron creadores como Cuenca o José Bedia, aquellos que pisaban los talones a otros como Choco, Zayda del Río o Fabelo. De los primeros, hermanos mayores e inspiradores inmediatos, Juan José Blanco Lozano era, a un mismo tiempo, parte y disidencia. Sus temas se volvían cada vez más personales, acaso románticos, en medio de una maquinaria creativa que promovía la interculturalidad con base en las raíces nacionales, a menudo afrocubanas - como en el caso de Choco o de Mendive -, pero también de coqueteo con lo asiático - Flora Fong -, o fuga a los predios místicos de la imaginería medieval - Cosme Proenza -, y en su caso particular, Blanco Lozano optaba por una línea mucho menos exótica, para aferrarse a un mundo interior de formas y figuras que, más que reflejar la luz, el color, la arquitectura o la gestualidad corporal del contexto, establecía un viaje al interior de los estados de ánimo, y lo hacía de una manera mucho menos obvia. A menudo la luz que muestran sus cuadros parece alejarse de la brillantez encandilante del sol cubano, y sus personajes andan como espectros en una ciudad desbordada de sombrillas. Estos paraguas son el signo más recurrente en la obra de Blanco Lozano. Paraguas que cubren a los cuerpos necesitados de ser cubiertos, o lo que es lo mismo, cuerpos vulnerables que se cubren de la interperie y transitan por las calles más tristes del mundo. Aquí podríamos separar esas dos transparencias diferentes que de ordinario moran sobre un mismo fondo. De un lado la alegría, al ámbito de fiesta pagana que caracteriza a los cubanos, y del otro, el acetato alternativo, el de la frustración, la falta de horizontes, la agonía fronteriza y el gorrión trovadoresco. A veces la esencia de la nacionalidad viene como los caminos de Dios, por vías insondables, insospechadas, y en este caso la tristeza que late bajo la risa y el bonche clásico del ser cubano, es lo que queda sobre el lienzo o la cartulina, y bajo el pincel de Blanco Lozano.

- E. Valdés. Dossier Digital. Abril 2008

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